viernes, mayo 06, 2005

Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia.



Propuesta de un ensayo sobre Utopía


Leer es escribir. Vamos a proponer a los usuarios de la Biblioteca Escolar que redacten un ensayo sobre lo que para ellos sería un mundo ideal. Para ello, Miguel de Cervantes por medio del Discurso de la Edad Dorada nos puede señalar el camino.

¿Qué nos atrae en el texto de M. de Cervantes? Quizá, la parodia que dibuja, como una mueca, el largo trecho que hay desde la apariencia a la verdad de las cosas; tal vez, el desengaño de quien defendió el valor de la virtud, y la experiencia le ha dejado el resquemor de que todo pudo ser más bello; es posible que nos atraiga la ironía de la persona derrotada que no vencida.

La presencia de don Quijote en el texto, "“yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la dorada"”, activa la necesidad de la utopía. La Edad de Oro queda apresada en una visión nostálgica del pasado; el potencial transformador de su formulación se agota en la exaltación de tiempos pretéritos. Si nuestrro amigo Cervantes proyectara a futuro sus pensamientos: “* "Dichosa edad y dichosos siglos aquellos a quienes los venideros pondrán nombre de dorados, porque los que entonces en ella vivan ignorarán estas dos palabras de tuyo y mío"”, el texto de principios del XVII se nos antojaría revolucionario. De todas formas, este texto sigue urgiendo la necesidad de la utopía: tan solo la presencia de don Quijote es un elemento transfigurador de la realidad y, también, transformador de la percepción de la realidad. Desde el texto, el personaje don Quijote nos recuerda que hay muchos entuertos que desfacer hoy cada día.


" [...] Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
- Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero; que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra."

I, 11


" [...] -Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la dorada, o de oro. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos..."

I, 20

Posted by Hello

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