domingo, enero 01, 2006

Morir cuerdo y vivir loco, II, 74


Es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño, II, 11

Tirteafuera es una persona avisada: en esta inercia de Año Nuevo todo son planes y propósitos. Detrás queda el 2005, y el IV Centenario. “La malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas”, I, 9, ha virado a nuestro favor. Tenemos cien años para celebrar la lectura de El Quijote. A Tirteafuera le gustaría ser quijote, pero son tantos los palos recibidos que, por llevar la contraria, este primer día del año le pide el cuerpo ser sancho. Intuye que no hay mayor tragedia que la de vivir loco, mientras el tiempo socava nuestra presencia, y morir cuerdo, cuando la obra ha llegado a su fin y el telón corrido encierra el mundo imaginario en el escenario.

Para este año nuevo, Tirteafuera quiere ser cauto y se arrima al personaje Sancho Panza porque siempre avisa, y siempre a tiempo:

- ¿Qué gigantes? - dijo Sancho Panza.

- Aquellos que allí ves - respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

- Mire vuestra merced - respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

I, 8

Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y, de cuando en cuando, volvía la cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes que su amo nombraba; y, como no descubría a ninguno, le dijo:

- Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo; quizá todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche.

- ¿Cómo dices eso? - respondió don Quijote- . ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?

- No oigo otra cosa - respondió Sancho- sino muchos balidos de ovejas y carneros.

I, 18

Si hubiéramos hecho caso a Sancho en este año recién terminado, no habríamos desperdiciado la ocasión entre tanto fasto fatuo, no habríamos ido detrás de fantasmas, o no habríamos tenido la sensación que se ha querido desarbolar un texto como si malos encantadores quisieran quitar la palabra y el sentido a M. de Cervantes.

Y a su vez castiga respetuosamente cuando, después del encontronazo con la realidad, el desengaño brutalmente nos desvela la condición de seres contingentes:

- ¡Válame Dios! - dijo Sancho- . ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

I, 8

- ¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros?

- Como eso puede desparecer y contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo. Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo había de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas

I, 18

Aunque no siempre, sostiene Tirteafuea, ya que, poco a poco, Sancho Panza se contagia de la visión de don Quijote de una forma interesada:

Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y, como no la hallaba, dijo:

- Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.

[…]

Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho

I, 35

Quizá todo ello sea una reflexión de M. de Cervantes sobre la necesidad de la condición humana de traficar con sueños: Sancho Panza y don Quijote están hechos de la misma materia en la que M. de Cervantes proyecta su ideal de trascendencia, cenizas de sueños encendidos. Más allá de lo que percibimos está la esencia de los sueños que nos redimen, sentencia Tirteafuera. A su manera, el genial autor lo apuntó con frases lapidarias como esta: “Es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño”, II, 11

Ahora que, corrido el telón, la función ha acabado, Tirteafuera espera que don Quijote sea liberado de tanta instrumentalización, de tanta materialización en botijos, pines, recuerdos, monedas, rutas, macroconciertos y espera, así mismo, que coherentemente discurra incorpóreo por el paisaje del texto de M. de Cervantes sin que ningún malandrín oportunista, o encantador, haga cotizar en bolsa sus ideales. Quizá, recapacita Tirteafuera, uno de los logros de este IV Centenario haya sido embotellar el espíritu para poner en el paisaje una etiqueta y comercializarlo: don Quijote, convertido en mercancía, es un logotipo, una marca comercial. Ya don Quijote no peregrina por una llanura símbolo de la existencia, sino que, atado por contrato, cumple la agenda de la corporación que explota un recurso natural, el mayor corredor ecoturístico de Europa.

Afortunadamente, hemos tenido un año para ejercitar la paciencia, y nos quedan otros cien años para celebrar la lectura. Podremos ver, señala Tirteafuera, de nuevo el espíritu libre de M. de Cervantes vagando en la llanura manchega luchando consigo mismo porque no hay IV Centenario que cien años dure:

- […] Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.

I, 18

En este año de desengaños Tirteafuera ha echado de menos a don Quijote, o quizás mejor, El Quijote, o aún más, M. de Cervantes; mientras que el personaje es fácilmente manipulable, como agua clara de manantial que se embasa para la venta, el texto requiere esfuerzo, ser vencedor de sí mismo, como la cumbre que nos ensancha el paisaje y el espíritu después de la ascensión fatigosa. Después de la agonía, de la lucha interior de la lectura, Tirteafuera intuye la presencia del autor que escribe en plena consciencia un diálogo que resume su vida gloriosamente desengañada:

- Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza, tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede.

II, 72


A modo de despedida, Tirteafuera nos propone esta cita:

¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia!,

II, 29

Sancho Panza está dirigiéndose al rucio y a Rocinante, pero perdonemos esta broma de Tirteafuera que no se explaya en exceso en ellas.

Vale.

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