martes, enero 24, 2006

Vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño.



Cada uno es artífice de su ventura.

En estos tiempos de mudanza, Tirteafuera quiere recordar las palabras de don Quijote

“[…] que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente.”

II, 25

Al fin y al cabo, piensa Tirteafuera, a nosotros, seres mixtos por naturaleza, no nos es dado la omnisciencia, tan solo la conciencia aturullada del momento presente. Podemos, en el mejor de los casos, adivinar como el moro de Maese Pedro el pasado:

“[…] En esto, volvió maese Pedro, y en una carreta venía el retablo, y el mono, grande y sin cola, con las posaderas de fieltro, pero no de mala cara; y, apenas le vio don Quijote, cuando le preguntó:

–Dígame vuestra merced, señor adivino: ¿qué peje pillamo? ¿Qué ha de ser de nosotros?Y vea aquí mis dos reales.

Y mandó a Sancho que se los diese a maese Pedro, el cual respondió por el mono, y dijo:

–Señor, este animal no responde ni da noticia de las cosas que están por venir; de las pasadas sabe algo, y de las presentes, algún tanto.

–¡Voto a Rus –dijo Sancho–, no dé yo un ardite porque me digan lo que por mí ha pasado!; porque, ¿quién lo puede saber mejor que yo mesmo? Y pagar yo porque me digan lo que sé, sería una gran necedad; pero, pues sabe las cosas presentes, he aquí mis dos reales, y dígame el señor monísimo qué hace ahora mi mujer Teresa Panza, y en qué se entretiene.”

II; 25

M. de Cervantes, como acostumbra, nos convierte en espectadores de su propio espectáculo: somos figurantes de su concepción del mundo. En esta ocasión Tirteafuera ha querido fijarse en una obsesión del autor; en su opinión, el paso de tiempo está nebulosamente envolviendo la materia narrativa. Y no solo, como apuntábamos en el Discurso de la Edad de Oro, porque sitúe la utopía humana en un tiempo remoto, imposible por ser ya consumado,

“[…] y le dé a entender cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran;”

II, 18

sino porque el paso del tiempo convoca la mudanza y filtra el valor de lo que acontece:

“[…] –Los sucesos lo dirán, Sancho –respondió don Quijote–; que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no las saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra.”

II, 25

En esto estamos, murmura Tirteafuera. La edad ligera ha ido diluyendo los ecos vocingleros del IV Centenario: ¿los más de 3.000 acontecimientos deportivos recreativos culturales? … ya fueron; ¿los paisajes de cartón piedra? … son sombras desvaídas en papel couché; ¿los top ten, los ranking y las listas de los libros más vendidos? … son fondo de estantería; ¿las listas de los libros más leídos? … ¿acaso preocupa?; ¿congresos? ¿exposiciones? ¿simposios? …hogueras de vanidades. Si al menos dejaran cenizas gloriosamente ardidas…

Como ya os habréis percatado, sapientísimos lectores, Tirteafuera tiene un día oscuro. Si no lo remedia nadie, hoy Tirteafuera seguirá desencantado. A veces, para superar el mal momento, se deja guiar de su instinto, abre El Quijote al azar y la Fortuna le marca veredas para encontrar en el texto el consuelo que le colma: así, cuando abre El Quijote, le gustaría espigar citas risueñas de las que tanto abundan en la mirada de M. de Cervantes, el gran optimista:

“[…] –Calle vuestra merced, señor compadre –dijo el cura–, que Dios será servido que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane mañana;”

I, 7

“[…] –La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear”

I, 8

“[…] pues el que hoy cae puede levantarse mañana,”

II, 65

“[…] Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas.”

I, 15

“[…] –Dios lo hará mejor –dijo Sancho–; que Dios, que da la llaga, da la medicina;”

II, 19

“[…] y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.”

II, 74

Sin embargo, no siempre es posible y, cuando en el texto quiere espigar trigo candeal, la adversa suerte, como ahora en este instante, tan solo estampilla citas que ciegan sus ojos de sombra negra:

“[…] ''Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado”

II, 53

Así le habla el filósofo apócrifo Cide Hamete, su cofrade y compañero de fatigas. Tirteafuera se alegra de encontrar un adlátere, entre quienes, sin lumbre de fe y tan solo con la luz natural, han entendido que la vida presente es inestable y ligera. Bendita esta luz que disipa las sombras. Al menos Benengeli deja un portillo a la esperanza. La mudanza del tiempo abre nuevas venturas: la hojarasca del IV Centenario ha sido arrastrada por el cierzo; más allá del invierno gélido, palpitan ya los renuevos:

“[…] antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua;”

II, 53

En este perpetuum movile es posible recuperar El Quijote para los lectores; en este centelleo cíclico Tirteafuera quiere entrever el sueño cansado de M. de Cervantes: vencido de la edad, sin embargo, adormece en El Quijote rescoldos de esperanza. Tirteafuera recala en antiguas andaduras cuando el texto de nuestro demiurgo suscitaba reflexiones sobre la libertad y virtud como valor personal:

“[…] –Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente.”

II, 55

“[…] –Muy filósofo estás, Sancho –respondió don Quijote–, muy a lo discreto hablas: no sé quién te lo enseña. Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura.”

II, 66

En estas estábamos, cuando una nueva cita provoca la desesperación de Tirteafuera que, como buen humanista que es, busca la simetría, el orden, la calma interior, la ley infalible que ahuyenta el caos. Nada, es mejor dejarlo, se autoconvence; vendrán días en los que espigar soluciones en El Quijote estará en la providencia de los cielos. Cada uno es artífice de su ventura, sí; pero en ocasiones la suerte no acompaña a los constantes.

“[…] La fuente de la plaza se secó; un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas.”

II, 52


Vale.

domingo, enero 01, 2006

Morir cuerdo y vivir loco, II, 74


Es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño, II, 11

Tirteafuera es una persona avisada: en esta inercia de Año Nuevo todo son planes y propósitos. Detrás queda el 2005, y el IV Centenario. “La malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas”, I, 9, ha virado a nuestro favor. Tenemos cien años para celebrar la lectura de El Quijote. A Tirteafuera le gustaría ser quijote, pero son tantos los palos recibidos que, por llevar la contraria, este primer día del año le pide el cuerpo ser sancho. Intuye que no hay mayor tragedia que la de vivir loco, mientras el tiempo socava nuestra presencia, y morir cuerdo, cuando la obra ha llegado a su fin y el telón corrido encierra el mundo imaginario en el escenario.

Para este año nuevo, Tirteafuera quiere ser cauto y se arrima al personaje Sancho Panza porque siempre avisa, y siempre a tiempo:

- ¿Qué gigantes? - dijo Sancho Panza.

- Aquellos que allí ves - respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

- Mire vuestra merced - respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

I, 8

Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y, de cuando en cuando, volvía la cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes que su amo nombraba; y, como no descubría a ninguno, le dijo:

- Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo; quizá todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche.

- ¿Cómo dices eso? - respondió don Quijote- . ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?

- No oigo otra cosa - respondió Sancho- sino muchos balidos de ovejas y carneros.

I, 18

Si hubiéramos hecho caso a Sancho en este año recién terminado, no habríamos desperdiciado la ocasión entre tanto fasto fatuo, no habríamos ido detrás de fantasmas, o no habríamos tenido la sensación que se ha querido desarbolar un texto como si malos encantadores quisieran quitar la palabra y el sentido a M. de Cervantes.

Y a su vez castiga respetuosamente cuando, después del encontronazo con la realidad, el desengaño brutalmente nos desvela la condición de seres contingentes:

- ¡Válame Dios! - dijo Sancho- . ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

I, 8

- ¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros?

- Como eso puede desparecer y contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo. Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo había de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas

I, 18

Aunque no siempre, sostiene Tirteafuea, ya que, poco a poco, Sancho Panza se contagia de la visión de don Quijote de una forma interesada:

Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y, como no la hallaba, dijo:

- Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.

[…]

Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho

I, 35

Quizá todo ello sea una reflexión de M. de Cervantes sobre la necesidad de la condición humana de traficar con sueños: Sancho Panza y don Quijote están hechos de la misma materia en la que M. de Cervantes proyecta su ideal de trascendencia, cenizas de sueños encendidos. Más allá de lo que percibimos está la esencia de los sueños que nos redimen, sentencia Tirteafuera. A su manera, el genial autor lo apuntó con frases lapidarias como esta: “Es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño”, II, 11

Ahora que, corrido el telón, la función ha acabado, Tirteafuera espera que don Quijote sea liberado de tanta instrumentalización, de tanta materialización en botijos, pines, recuerdos, monedas, rutas, macroconciertos y espera, así mismo, que coherentemente discurra incorpóreo por el paisaje del texto de M. de Cervantes sin que ningún malandrín oportunista, o encantador, haga cotizar en bolsa sus ideales. Quizá, recapacita Tirteafuera, uno de los logros de este IV Centenario haya sido embotellar el espíritu para poner en el paisaje una etiqueta y comercializarlo: don Quijote, convertido en mercancía, es un logotipo, una marca comercial. Ya don Quijote no peregrina por una llanura símbolo de la existencia, sino que, atado por contrato, cumple la agenda de la corporación que explota un recurso natural, el mayor corredor ecoturístico de Europa.

Afortunadamente, hemos tenido un año para ejercitar la paciencia, y nos quedan otros cien años para celebrar la lectura. Podremos ver, señala Tirteafuera, de nuevo el espíritu libre de M. de Cervantes vagando en la llanura manchega luchando consigo mismo porque no hay IV Centenario que cien años dure:

- […] Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.

I, 18

En este año de desengaños Tirteafuera ha echado de menos a don Quijote, o quizás mejor, El Quijote, o aún más, M. de Cervantes; mientras que el personaje es fácilmente manipulable, como agua clara de manantial que se embasa para la venta, el texto requiere esfuerzo, ser vencedor de sí mismo, como la cumbre que nos ensancha el paisaje y el espíritu después de la ascensión fatigosa. Después de la agonía, de la lucha interior de la lectura, Tirteafuera intuye la presencia del autor que escribe en plena consciencia un diálogo que resume su vida gloriosamente desengañada:

- Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza, tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede.

II, 72


A modo de despedida, Tirteafuera nos propone esta cita:

¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia!,

II, 29

Sancho Panza está dirigiéndose al rucio y a Rocinante, pero perdonemos esta broma de Tirteafuera que no se explaya en exceso en ellas.

Vale.